Sunday, July 10, 2005

Santas cebollas batman! Soy holandés!

A Eladio, autor de una idea cebollil de la personalidad humana

Verano en Utrecht. Llegar del mercado y encontrar otra carta del Ministerio de Justicia. Abrir, leer. Sonreir, suspirar. Suspirar. ¿Es este otro documento o significa algo mas? ¿Puede un pedazo de papel significar algo mas? En estas líneas de aparición irregular, a lo largo de tres años he estado desvariando sobre la identidad, ese problema, esa dinámica situación en que nos encontramos los habitantes de un siglo cada vez mas globalizado. El quienes somos, pregunta por demás obvia, se hace menos evidente cuando uno ha nacido aquí, crecido allá, estudiado mas acá y terminar viviendo en otra parte. Y ahora, momento en que he sido notificado de mi nueva nacionalidad, ahora en que se me informa que en dos semanas puedo pedir mi pasaporte de ciudadano holandés... ¿Cómo ha cambiado mi identidad? ¿Tiene esta pregunta sentido alguno?

Una de las cosas que hago es recordar. Recordar por ejemplo lo que significó en 1984 convertirse en venezolano. Recuerdo la tensión de ir a la oficina de identificación y extranjería. El temblor en la mano al entregar los papeles necesarios del caso. Y luego, luego de un alargado luego, la reverencia con la que fuimos a comprar la Gaceta Oficial que anunciaba mi nombre -entre otros- como reciente venezolano. Convertirse en venezolano en 1984 fue una decisión compleja. Por un lado estaba el deseo de declarar que no en vano viví, crecí y amé en Venezuela. Siempre hubo la necesidad de decirlo en voz alta, una enrevesada manera de dar las gracias, o de reconocer al país que me recibió a mí, con los brazos abiertos. Pero, ¿realmente con los brazos abiertos? ¿Cuales son los brazos de un país? Parte de la decisión de naturalizarse venezolano, creo ahora, también vino del deseo de dejar de ser argentino, dejar de ser otro. No solo que los argentinos seamos insoportables, pero también el ser extranjero es, siempre, ser otro. Y allá en 1985 pensaba, o mas bien sentía, que parte de esa otredad desaparecería al tener una cédula con identidad venezolana. Obvia falta de entendimiento mía de mis amigos venezolanos... Un extranjero siempre es un extranjero, para bien o para mal. Un extranjero que quiere ser venezolano es una mezcla de un chiste absurdo con una pretensión indeseable. En fin.

Ahora es 2005. Veinte años después de mi primera nacionalización y otra vez en el mismo merengue. ¿No era que a gato viejo no lo agarran dos veces? ¿A que viene esta nueva declaración? ¿Es que quiero dejar de ser venezolano argentino? Y mucho mas importante que esto... ¿qué significa para mi que ahora tengo otro pasaporte? Obviamente el pasaporte no cambia nada... pero ¿qué ha cambiado en estos años de vivir en holanda, y sentirme identificado con este país lo suficiente como para pedir la nacionalidad?

Bueno, por la intrínseca imposibilidad de responder estas preguntas es que llevo estos años pensando y escribiendo sobre la propia y ajena identidad. No esperaría ahora matar el tema. Pero se me ocurre que esta nueva cosa que se me ha otorgado, este pedazo de mi identidad crecido a lo largo de unos pocos años y reafirmado ahora con la comunicación oficial, es como una nueva piel de cebolla. Una piel de cebolla mas. Me imagino que todos ustedes habrán pelado una cebolla alguna vez. ¿Qué es la cebolla? ¿Hay acaso una capa profunda, que verdaderamente determina la identidad, la esencia de la cebolla? O son las cebollas sin fines de no demasiado diferentes estratos... ¿Y ultimadamente, quien no ha llorado al pelar, o cortar una cebolla? ¿No es mas sabio dejarla así, integra e incognoscible?

En esta casa, mañana se come soup de la oignon gratine.

(A)simetrias

En estos días me encuentro tratando de reencontrarme con alguna parte perdida de mi identidad, leyendo lo poco que entiendo de física contemporánea. En mi ignorancia sigo fascinado por un programa de investigación que sigue buscando simetrías, y súper simetrías, en las vías que abren nuevos y pequeños espacios de entendimiento. Y pienso que no es demasiado difícil de entender esta necesidad casi metafísica de simetrías, en un mundo que se nos antoja mas asimétrico a cada momento que pasa.

Claro, el reconocer lo asimétrico genera diferentes estrategias de acción, por supuesto. Osama, por ejemplo. Quien sigue persiguiendo cierta identidad quizás ganada en sus años de asalariado del gobierno norteamericano, con sus asimétricos bombardeos a los infieles del occidente. Infieles no solamente por no ser musulmanes, sino por ser musulmanes y vivir en Londres, último bastión de la infidelidad y la dominación occidental.

Pero ojalá las asimetrías de este mundo se quedasen en los demagogos que asesinan por sus agendas delirantes. A no demasiados kilómetros de Londres siguen reunidos los hombres poderosos de los países poderosos, orgullosos de estar a punto de finalmente ponerse de acuerdo en que una parte del daño a nuestra afligida tierra ha sido causado por nosotros mismos. Orgullosos de guiñarles un ojo a los bonos y los geldorfs de este planeta, y orgullosos de presentar una (simétrica) cara preocupada ante el desastre mundial del que son ellos mismos responsables.

Y así llego en este vuelo de pájaro a las otras simetrías, celebradas por el otro delirio tropical del presidente Chavez, quien lidera la resiliente revolución bolivariana de Venezuela (y líder de Venezuela también) y propone, desde hace ya meses, su modelo asimétrico de lucha contra la inminente invasión norteamericana a las tierras de su mayor productor de petróleo.

Entonces me encuentro en este café holandés, tratando de encontrar cierto sentido entre las simetrías que me bombardean desde la prensa y el email. Y se me ocurre que después de todo las encuentro, simétricas líneas paralelas que se tocan en las recurvadas dimensiones de la política, en los delirios ciegos de tanto dirigente electo por los votos, o los kalashnikovs. Mientras escribo, no es díficil imaginarse a los líderes del G8 oyéndose los unos a los otros en Escocia, o a Osama celebrando su ultimo exitoso ataque al infiel, o a Chavez durmiendo su sueño de revoluciones pagadas por norteamericanos usando sus autos y defendidas con los kalashnikovs ensamblados en la postmaterialista Europa del este. Se me ocurre que estos líderes, despiertos o dormidos, son simples paralelas, líneas que recorren sus sueños mientras al lado, a poca distancia, sus subordinados se preguntan como vivirán el día siguiente. Una pareja saudí sigue tratando de irse a Londres, un niño venezolano sigue muriéndose de hambre, un neonazi europeo insulta a su vecino musulmán, o judío, una vez mas. Simetrías.