Tuesday, June 12, 2007

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Monday, June 04, 2007

Chávez quiere comprarse una revolución

JOAQUÍN VILLALOBOS 01/06/2007

Normalmente los padres suelen reprender a sus hijos prohibiéndoles ver la
televisión, sin embargo los cubanos, cuando sus hijos se portan mal, los
amenazan con obligarlos a ver la televisión estatal. Chávez ha cometido un
grave error al cerrar un canal opositor que llevaba medio siglo al aire.
Guste o no, esto no fue un ataque al poder mediático capitalista sino un
golpe a la identidad cultural venezolana que tendrá severas implicaciones
sobre su Gobierno. Pretender sustituir las telenovelas y el entretenimiento
de los pobres por una patética programación "revolucionaria" es tan grave
como dejarlos sin comida.

El punto de partida de éste y otros desaciertos de Chávez es creer que él ha
hecho una revolución, cuando simplemente ganó unas elecciones, y esto no
ocurrió por aciertos propios sino por los errores y soberbia de una
oposición que tiene muchas joyas y poco pueblo. Ésta le ayudó a hacerse de
una mayoría electoral que le permitió controlar instituciones y cambiar
algunas reglas, pero no le da la correlación suficiente para imponer un
viraje ideológico drástico como el que está pretendiendo.

En Venezuela no ha habido ruptura revolucionaria como sí la hubo en Cuba y
Nicaragua, donde la democracia no tenía antecedentes. En Cuba el cambio fue
violento y total, todas las instituciones se refundaron y hasta la fecha no
hay ni oposición, ni elecciones, ni libertad de prensa, ni propiedad
privada. En Nicaragua el cambio fue igualmente violento, pero aunque
maltratadas sobrevivieron la libertad de prensa, la propiedad privada, las
elecciones y la oposición. Venezuela podrá tener una crisis de polarización
extrema o un periodo prolongado de agitación social, pero no una revolución.
Cuando eso ocurre la violencia política toma preeminencia primero como
rebelión y luego como contrarrevolució-n. En Venezuela, hasta la fecha, la
violencia política sigue siendo más verbal que real.

Cuarenta años de alternancias pacíficas construyeron una cultura democrática
en los venezolanos que hasta ahora ha mantenido admirablemente bloqueada la
violencia política. En Venezuela hay una legalidad muy debilitada, pero hay
una legalidad. El error del golpe de la oposición en el año 2002 fue
precisamente no dar importancia a esto. Derrumbar gobiernos no es fácil y
tampoco lo es modificar radicalmente y en frío los pilares de un sistema
preexistente. Una ruptura revolucionaria crea una situación de gran
exaltación social que, para bien o para mal, abre espacios para cambiar
muchas cosas, incluso temas ideológicos o culturales muy sensibles en una
sociedad; sin embargo, éstos son los más difíciles de modificar.

Las revoluciones anticapitalistas emergieron más de las dictaduras que de la
pobreza. En Venezuela no había dictadura y la pobreza no fue importante en
el ascenso de Chávez, aunque ahora lo sea en su defensa. Toda revolución es
austera y esto no lo conocen los venezolanos ni de derecha ni de izquierda.
Venezuela no es un país capitalista industrial e industrioso, sino rentista
y consumista. Chávez está fortaleciendo el rol económico del Estado,
redistribuyendo la renta petrolera y formando nuevas élites económicas vía
populismo, oportunidades de negocios y corrupción. Todo esto ni es nuevo, ni
es revolución, ni es socialismo.

Chávez no tiene un partido revolucionario sino una estructura política
fragmentada, compuesta por una mezcla ideológica diversa. A su derecha están
los militares, a su izquierda unos intelectuales y hacia abajo una base
multicolor. Convertir todo esto en un partido implica enfrentarse con muchos
dirigentes acostumbrados a disentir. El chavismo ha hecho algo positivo al
dar poder e identidad a miles de venezolanos que estaban excluidos, pero su
estructura política no está cohesionada ni por la ideología ni por la
historia, sino por la renta petrolera. Chávez tampoco tiene un ejército
revolucionario, al contrario, el Ejército le ha derrotado dos veces (1992 y
2002). La complicidad actual del Ejército depende de compras de armamento
que no son preparación combativa sino corrupción lucrativa, y son
precisamente esos privilegios los que cierran el camino a las ideas
revolucionarias. El Ejército de Venezuela ni matará ni morirá por Chávez.

Fidel Castro sobrevivió a incontables atentados, Ortega dirigió una
insurrección triunfante y Evo Morales saltó de las barricadas a la
presidencia. Chávez, por el contrario, vende petróleo a los americanos, en
dos ocasiones se ha rendido sin combatir y duerme con un ejército enemigo.
Esto lo empuja a realizar provocaciones que le permitan obtener una
credencial revolucionaria, por lo menos con un insulto de Bush. Los ataques
lo fortalecen y la tolerancia lo debilita. Urge de enemigos externos que le
ayuden a ocultar la corrupción de sus funcionarios, la incompetencia de su
Gobierno, la división en sus filas y la inseguridad en las calles de su
país. Con el cierre de Radio Caracas Televisión, Chávez revierte en su
contra el proceso de acumulación de fuerzas y revitaliza a una oposición que
estaba desmoralizada. Quizá Chávez pueda hacer más cambios en Venezuela,
pero nunca podrá eliminar las elecciones, y en éstas no existen ni mayorías
inamovibles, ni alianzas eternas, ni fraudes insuperables. El dinero del
petróleo puede servirle a Chávez para hacer muchas cosas, pero jamás para
comprarse una revolución.